¿Quién dijo que el yoga era fácil? (O por qué es importante dedicarnos tiempo a solas)
No exagero cuando digo que tengo 5 o 6 años con la intención de meterme a clases de yoga. Siempre ha llamado mi atención y me gustaría hacerlo parte de mi estilo de vida porque se complementa con la meditación, práctica que disfruto realizar de vez en cuando desde hace poco más de un año para no volverme loquita y soltarme matando gente.
Pero por alguna u otra razón no podía encontrar un lugar que me convenciera o que se adaptara a mis horarios, ubicación y presupuesto.
Además de estos tres principales motivos, suelo procastinar mucho (ok, muchísimo) y no me daba el tiempo de hacer un espacio entre mis actividades, principalmente porque soy muy ansiosa. Tan ansiosa que hasta para pedir una pizza por teléfono debo respirar hondo y practicar qué es lo que voy a decir antes de marcar, así que ni se diga llegar a una clase de yoga -que únicamente he practicado ocasionalmente en casa completamente sola- llena de gente desconocida y en un lugar al que nunca jamás he ido. Nervios, terror, ansiedad, mejormequedoenmicasa.
Curiosamente este año decidí no hacer propósitos porque, seamos realistas, nunca los cumplo o los dejo a medias después de un par de semanas, entonces, ¿para qué los hacía? Así que no, esto no es un propósito de año nuevo que abandonaré después de un mes o dos.
Todo comenzó hace casi una semana platicando con mi amiga Delia del blog People like us, quien me contó que se había metido a clases de vinyasa yoga y me sugirió que fuera yo también (¿estaría tratando de decirme algo?), porque estaba súper padre, que le dolía todo pero la clase valía mucho la pena, el lugar era nuevo, etc, etc. Le dije que sí me llamaba la atención pero con la niña se me complicaba mucho porque tenía que ver quién me la cuidaba y blablabla, la lista de peros que a veces sin darnos cuenta nosotras mismas como madres nos imponemos.
Al final vencí esos pensamiento, interrogué a mi amiga para pedirle más información, solucioné lo de cuidar a mi hija y al final me decidí. ¡POR FIN iría a clases de yoga!
Así que me puse a buscar entre mis empolvadas prendas deportivas alguna que pudiera llevar a la primera clase y verme como un ser humano decente, le avisé a mi amiga que me uniría ese día con ella en las clases y partí feliz y un tanto nerviosa rumbo al estudio de yoga. ¿Podré hacer las poses? ¿Revisé si el pantalón no tenía algún hoyito? ¿Habrá mucha gente? ¿Y si me caigo? ¿Y si se me sale una ventosidad? Sí, realmente iba manejando a clase cuando pensé esto último.
Llegué rapidísimo porque estaba a solo cinco minutos de mi casa (una de las razones por las que sí me convencí de ir) y entré al estudio donde ya estaban mi amiga, la instructora y otras dos compañeras listas para iniciar la clase del día (esta es otra de las razones por las que me animé, al ser un lugar nuevo los grupos son pequeños), así que dejé mis cosas, me quité los zapatos y me senté sobre mi tapete.
No entraré en muchos detalles sobre qué hicimos, pero sí te puedo decir esto: el yoga no es tan fácil como pensaba. Al menos no el vinyasa yoga. Traté de no esforzarme demasiado como dijo la instructora, ya que era mi primera clase y tenía bastantes semanas sin hacer una rutina de ejercicios. Alrededor de la mitad de la sesión me di cuenta que estaba sudando considerablemente y comenzaba a sentirme agotada, por eso cuando llegó el momento final de relajación y cierre me sentí liberada y creo que hasta sonreí mientras estaba acostada respirando profundamente con los ojos cerrados, admito que salí molida esa primera tarde.
Al día de hoy, llevo apenas dos clases, pero me siento muy feliz (¡y adolorida!) por haberme decidido a ir. Se siente muy bien salir y convivir con adultos reales un par de veces por semana, además de dedicarte esa hora y quince minutos para hacer algo que TI te gusta y despejar tu mente de todo lo demás. A veces por las prisas, los hijos, el marido, la casa y mil cosas más se nos olvida que nosotras también merecemos y somos dignas de tener momentos al día que son solo para goce propio.
Así que si estás deseando tener un momento para ti o te encuentras indecisa sobre apuntarte a alguna clase de alguna actividad que te gusta, llámese yoga, pilates, natación, box, insanity, o por qué no, de aprender un nuevo idioma, pertenecer a algún club o desarrollar alguna habilidad como tejido, artes plásticas, programación, decoración, yo te digo ¡ANÍMATE MAMÁ!
Y cuéntame, ¿qué has hecho hoy por ti?
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