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¿Tuve o no un parto respetado?

Esta semana hemos estado celebrando la Semana Mundial del Parto Respetado, y aunque he promovido el tema compartiendo artículos o imágenes alusivos al tema, también me ha servido para reflexionar sobre algo que nunca me había preguntado: ¿Tuve o no un parto respetado?

Primero hay que aclarar qué quiere decir “parto respetado”:

[…] no es un parto en casa ni un parto hospitalario. Es un parto donde la mujer ha podido elegir, se siente segura, confía en su cuerpo, y el profesional que le atiende, además de conocer y respetar la fisiología femenina, conoce los riesgos de las intervenciones y no las practica de forma injustificada. Pero es también un profesional que sabe escuchar, y detectar si hay algún problema, y si verdaderamente lo hay, sabe informar e intervenir de la mejor manera. En definitiva, conseguir un parto respetado depende más de la filosofía y mentalidad del profesional que atiende que del lugar donde el parto se desarrolle.

Por otro lado independientemente del resultado del parto, si finalmente ha habido o no complicaciones y ha sido necesario intervenir, si este ha sido respetado y la mujer siente que ha sido la protagonista del mismo, que ha participado en la toma de decisiones, que en definitiva el parto ha sido suyo y de su bebé, se sentirá más satisfecha y con más fuerza para superar cualquier tipo de dificultad posterior con la lactancia o la crianza en general. [Fuente]

Básicamente, un parto respetado es aquel en que la madre se siente cómoda, está informada de todo lo que ocurre durante éste y tiene la libertad de elegir en base a esa información.

Mi parto: 14 horas de contracciones que terminaron en cesárea de emergencia

El nacimiento de mi hija no fue para nada lo que yo esperaba ni imaginaba. Algún día dedicaré un post exclusivamente a él, pero de momento deseo enfocarme en el título de este post. ¿Tuve o no un parto respetado?

La pregunta ha estado en mi cabeza durante varios días y después de mucho pensar, tengo la respuesta. Pero primero, les cuento brevemente cómo sucedio todo.

Un miércoles 25 de junio de 2014 a las 10 a.m., después de que se saliera el tapón mucoso y comenzara a salir poco a poco el líquido amniótico, le llamé a mi ginecóloga y me dijo que nos fuéramos al hospital. Al llegar ahí una enfermera -bastante irrespetuosa y odiosa- me iba a realizar un tacto para ver cómo estaba, ya que a simple vista ella no veía que se me hubiera roto la fuente pero yo le insistí en que revisara. Me hizo una cara, torció los ojos y dijo que lo haría (casi casi me decía: “para que dejes de joder”). En cuanto su mano me tocó se rompió mi fuente como en las películas y ella quedó empapada. En mi mente me reía pero era más grande mi emoción porque al fin nacería mi hija.

Me pasaron a un cuarto y comenzaría el espectáculo. O eso pensaba yo, porque en realidad no ocurría mucho. Pero conforme pasaba el día las contracciones iban aumentando y llego el punto en que parecía poseída, pues me transformaba en un demonio cada vez que sentía una, todas más fuertes que la anterior. Pero no dilataba. Tenía horas en 4 centímetros y no avanzaba más. Me dieron pastillas para acelerar las contracciones y estuve como loca rebotando en una pelota casi 4 horas. Continué en labor de parto hasta las 2 de la madrugada del día siguiente, y me pondrían la epidural porque sentía que no podía más. Entonces vino el doctor y me dijo que el corazón de mi bebé no reaccionaba a las contracciones, que ya habían pasado más de 14 horas de haberse roto la fuente y no quería que nos arriesgáramos a esperar más y que se pusiera peor, así que me dijo que me recomendaba la cesárea pero me dijo que era mi decisión. La verdad es que no lo pensé mucho, me sentía agotada y solo quería que todo terminara, así que le dije que sí. Me alistaron para la cirugía y ¡vámonos! Entramos al quirófano y veinte minutos después ya había nacido mi hija.

¿Fue la mejor decisión?

No lo sé. No lo sabía. Yo solo quería ver a mi hija y que todo terminara. ¿Tuve un parto respetado? Creo que sí. Y lo creo por lo siguiente:

Dejando de lado el pequeño momento con la enfermera bruta, todo el personal del hospital siempre se portó muy amable, respondían todas mis preguntas y nunca vi una mala cara. Cuando el doctor llegó en la madrugada me explicó muy claro todo y me dio a mí el poder de elegir qué quería hacer. Tener una cesárea fue mi decisión y algo que yo vi necesario. Aunque sí me dolió no poder tener un parto normal, mi principal preocupación era que mi hija estuviera bien. Ese era mi instinto materno funcionando. No importa cómo ni cuándo ni dónde, lo primero es la salud de mi hija.

A veces pensamos en la cesárea como algo innecesario (que sí lo es), pero de no existir este procedimiento, quizás mi hija no estaría hoy conmigo o las cosas se hubieran podido complicar.

¿Cambiaría algo? Desde luego. Cambiaría muchas cosas, pero no me siento ni violentada, ni nada parecido. El parto debe ser respetado sea como sea, cesárea o no. Y cada mujer, debería tener el derecho a recibir toda la información para tomar una decisión de manera responsable y consciente.

Soy Lucy, diseñadora, editora y mamá millennial. Amo escribir y compartir reflexiones, experiencias y consejos que puedan ayudar a otras mamás. Creo que la maternidad debe tomarse con una taza de café, mucho sentido del humor y un toque de amor propio. Me apasiona hablar de autocuidado, ocio familiar, libros y salud mental

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