
Cuando la pérdida es silenciosa: mi experiencia con un aborto retenido
Siempre pensé que los abortos espontáneos eran sinónimo de sangre y dolor insoportable, hasta que me tocó vivir en carne propia un aborto retenido. El tema de las pérdidas gestacionales es uno que continúa siendo tabú, principalmente porque suele ser un trágico evento que se vive en silencio. Pero al vivir esta experiencia encontré consuelo en los relatos de otras mujeres que habían pasado por lo mismo. Así que he decidido compartir mi historia que, por dolorosa que sea, puede ayudar a alguien más.
Advertencia de contenido sensible: aborto espontáneo y pérdidas gestacionales.
Un aborto espontáneo sin síntomas
Lo primero que quiero compartir es que existen diferentes tipos de abortos que pueden suceder de manera espontánea en el embarazo. Como ya lo he dicho al inicio, y a pesar de tener más de 8 años trabajando como editora de maternidad y crianza, tenía la idea errónea de que los abortos eran imposibles de ignorar.
En mi mente, quizás debido a las películas y series de televisión, el aborto es algo evidente y rápido de detectar. Desde dolores intensos hasta sangrado notable, creía que las señales de una pérdida gestacional no pasaban desapercibidas.
Pero en los casos de aborto retenido, también conocido como aborto diferido, no hay síntomas visibles. Cuando este tipo de pérdida ocurre, el bebé muere dentro del útero pero no es expulsado. Y esto fue justamente lo que me pasó a mí.
En mi primer ultrasonido todo se veía normal: el bebé estaba donde debía estar y su pequeño corazón se movía rápidamente, a 164 latidos por minuto, una velocidad normal en esta etapa del embarazo. Esto ayudó a calmar muchos de mis miedos, pues éste era un embarazo que llegó después de muchos años de intentar concebir.
Pero algunas noches después, ocurrió algo que en su momento me pareció curioso. “Siento como si no estuviera embarazada”, le dije a mi esposo. Desde las primeras semanas había estado teniendo síntomas usuales del embarazo: mucho sueño, agruras, pechos sensibles, cambios en el estado de ánimo… pero repentinamente ya no sentía nada.
Mi esposo me tranquilizó y pensé que quizás era porque ya me acercaba a las últimas semanas del primer trimestre, que es cuando varios síntomas se reducen o incluso desaparecen. Un par de días después tendríamos el segundo ultrasonido, así que decidí confiar y esperar.
“No hay latido”

Es increíble cómo tres palabras pueden destrozarte el alma. No era necesario escucharlas, porque en el momento en que vi la pantalla durante el ultrasonido podía ver claramente que el corazón de mi bebé ya no latía. Que la ginecóloga las dijera solo eliminó la pequeña duda que había en mí y confirmó mi miedo más grande. Había perdido a mi bebé.
Lo que siguió fue una larga semana de citas, análisis y más ultrasonidos para confirmar el diagnóstico y ver qué seguía después. Todo indicaba que el bebé dejó de crecer poco tiempo después de mi primer ultrasonido, probablemente por alguna anomalía congénita. “A veces nuestro mismo cuerpo detiene el embarazo cuando sabe que algo anda mal”, me dijo una de mis doctoras.
Cuando este tipo de pérdida se presenta hay tres opciones: dejar que la naturaleza siga su curso y esperar a que el cuerpo expulse el saco gestacional, tomar medicamento para estimular las contracciones y dilatar, o realizar una cirugía o aspirado según lo avanzado que esté el embarazo. Me explicaron las opciones y decidí optar por la segunda: el tratamiento médico. Esperar a que sucediera por sí solo me llenaba de mucha incertidumbre, y al tomar medicamento tendría más control sobre la situación.
Mi experiencia con el tratamiento médico para un aborto retenido
Lo que compartiré a continuación es mi experiencia personal, que aunque es muy similar a la de otras historias que leí, puede ser diferente a la de otras mujeres.
Decidimos que lo mejor sería hacerlo en un fin de semana, para no tener responsabilidades de trabajo o de la escuela de mi hija y que ella pudiera pasar esos días en casa de su abuela. Nos sirvió mucho prepararnos con todo lo que fuéramos a necesitar: toallas sanitarias, medicamento para el dolor, toallas de tela para calentarlas y usarlas como compresas para el dolor, las comidas para ese día, ropa cómoda y un sitio agradable.
Seguí las indicaciones y tomé el tratamiento alrededor de las 10 de la mañana, tomándome unos minutos antes el medicamento para el dolor. Hacerlo de esta manera creo que me ayudó a que los dolores iniciales, que comenzaron a la media hora de haber iniciado el tratamiento, fueran tolerables.
El umbral del dolor es distinto en cada mujer, pero en mi caso se sentían como contracciones de parto, acompañadas de cólicos intensos que iban y venían. Para mantenerme distraída, pusimos Downton Abbey, una serie de televisión que ya había visto pero me gusta mucho y que me ayudó a no pensar tanto en lo que estaba sucediendo. Este fue un consejo que leí en otros testimonios y definitivamente recomiendo hacerlo, porque es un proceso que tarda varias horas y mantener la mente ocupada ayuda mucho.
El dolor fue aumentando con el tiempo, hasta que alrededor de las cuatro o cinco horas de haber tomado el medicamento se volvió casi insoportable y además de las contracciones comencé a sentir dolor intenso en el cérvix. Las compresas calientes y los masajes que me dio mi esposo en la espalda baja ayudaron a que pudiera soportarlo. La mayoría del tiempo había estado recostada, pero cuando llegó esta etapa del proceso sentí la necesidad de sentarme en el baño. Después de varios minutos ahí, expulsé el tejido y el dolor disminuyó casi de manera inmediata. La peor parte finalmente había pasado.
Después de esto seguí con cólicos y sangrado ligeros, cansada pero aliviada al ver que, si bien fue doloroso, no fue tan largo como pensé que sería. El resto del día y los días siguientes descansé mientras mi cuerpo continuó con sangrado cada vez más ligero.
El impacto emocional de una pérdida gestacional

A pesar de lo triste y doloroso de todo este proceso, tuve la suerte de que todo el personal médico que me atendió lo hizo con mucha amabilidad y empatía. Saber lo que podía esperar al tomar el tratamiento me ayudó a prepararme física y mentalmente para lo que sucedería. Pero emocionalmente la cosa fue muy distinta.
Verás, cuando estás embarazada pero aún no es evidente a simple vista, pasar por este tipo de cosas es algo muy solitario. A pesar de que mi esposo siempre estuvo a mi lado, el salir a la calle, ir a las citas y tratar de continuar la rutina del día a día fue duro. Encontrarte con tus vecinos y saludarlos como de costumbre, o ir al mercado y aparentar que todo está bien, cuando tu corazón está roto y lo único que quieres es detenerte a llorar ahí mismo, es muy difícil.
El dolor es invisible. No hay velorios ni funerales para bebés tan pequeños, y las personas intentan ser comprensivas pero te dicen que te animes y que “después llegará otro bebé”. Son comentarios bien intencionados, lo sé. Pero aún así duelen. Y te divides entre decir o no lo que has pasado, porque a veces es mejor que no te digan nada, y solo te desahogues en la intimidad de tu casa.
En algunos casos vivir estas experiencias te hace dudar de tus creencias o te acerca a sentimientos depresivos, llenándote de dudas y de todos esos “quizás si hubiera hecho tal cosa, esto no habría pasado”. Sin embargo, como me explicaron las doctoras, lo que sucedió no fue mi culpa, ni debo castigarme por ello.
Recordando con amor, no con dolor
En mi caso, el embarazo me llenó de una esperanza que hace tiempo no sentía, y que me hizo reflexionar sobre muchas cosas sobre la vida en general. A pesar de que en su momento lloraba todos los días y no sentía motivación de retomar la rutina, actualmente siento mucha paz. En esos días siento que volví a conectar con mi fe, y eso me ha ayudado a aceptar mejor todo lo que viví.
Una cosa que hicimos como pareja fue honrar al bebé y nombrarlo. Es algo recomiendan otras madres y a nosotros nos ayudó mucho en el aspecto emocional. Por otro lado, he aprendido a recordar a mi bebé, Sam, con amor y no con dolor. Curiosamente, tanto el día que recibimos la mala noticia, como el día que hice el tratamiento en casa, fueron dos días en los que se sentía una brisa suave y fresca, en medio de una temporada de días muy calurosos y secos. Quizás para algunas personas sea algo sin sentido, pero en mi mente esa brisa me recuerda a mi bebé. Y cada vez que tenemos días así, que son pocos, pero siempre bien recibidos, lo recuerdo con amor.
El mejor consejo que puedo compartir de esta experiencia se resume en esto: no lo vivas sola. Infórmate y pide a los médicos que te expliquen todo lo que necesites saber. Apóyate en tu pareja, familia o amigos de confianza. Acércate a tu lado espiritual. Y si ves que todo se vuelve abrumador o muy difícil, pide ayuda profesional.